En un curso universitario de pregrado para alumnos de una carrera de ciencias, la profesora responsable había organizado a sus estudiantes conformando grupos de tres personas cada uno, para realizar trabajos de investigación durante el año académico.
Al finalizar el curso, ella se dirigió a los integrantes de los grupos “A” y “B”, que habían entregado los informes de mejor calidad, alentándolos a que los publicaran en alguna revista científica local. Ambos grupos acogieron la recomendación.
Luego, los miembros del grupo “A” decidieron poner a discusión quién debería aparecer como primer autor del trabajo. Como no llegaban a un acuerdo, un estudiante sugirió lanzar una moneda al aire para establecer al azar el orden de prioridad de los nombres. Mientras hacían esto, otro miembro del grupo propuso dividir los resultados en tres partes y preparar tres manuscritos; según él, así todos podrían tener más publicaciones y cada uno sería el autor principal de un artículo. Los demás acogieron la propuesta.
Por otro lado, los miembros del grupo “B” sí habían alcanzado un acuerdo sobre el orden de aparición de los autores. Pero además, uno de ellos sugirió ir a conversar con sus compañeros del otro grupo llevándoles una propuesta: si, en sus manuscritos, los alumnos del grupo “A” agregaban a los del “B” como co-autores, éstos harían lo mismo con los del “A” en su propio artículo. De este modo –decía él-, todos se beneficiarían aumentando la cantidad de publicaciones de cada uno.
En efecto, los jóvenes del grupo “B” se reunieron con sus pares del otro grupo. Si bien dos alumnas manifestaron sus dudas sobre si estaba bien o mal hacer lo que se había planteado, al final los demás las convencieron con el argumento de que todos habían llevado “el mismo curso”.
En la misma reunión se discutió también sobre las revistas a las que enviarían los trabajos, y las posibilidades de que efectivamente sean publicados. Al respecto, un alumno sostuvo que era más probable la aceptación de la publicación si entre los nombres de los autores aparecía el de un investigador prestigioso y respetado en la comunidad científica. La mayoría estuvo de acuerdo con él, y le encargaron que llevara la propuesta a un profesor con el que tuvieron un curso el año anterior, un ex decano de la Facultad a quien la Universidad había premiado recientemente en reconocimiento por su su trayectoria académica.
En efecto, el alumno contactó personalmente al mencionado profesor, le dio los detalles de todo lo que planeaban hacer, y le comunicó la propuesta de incluirlo como co-autor de los manuscritos. El profesor, por su parte, le pidió al joven que reuniera a sus compañeros para darles una respuesta y conversar con ellos sobre el tema.
Una vez reunido con los integrantes de los dos grupos, el profesor les dijo que no podía acceder al pedido, y les explicó el porqué de su decisión analizando junto a ellos, punto por punto, los problemas que encontraba en las propuestas y decisiones surgidas entre ellos con respecto a la autoría y la publicación de sus trabajos.
Para reflexionar:
¿Por qué el profesor no habría aceptado ser incluido entre los autores de los trabajos de los estudiantes?
¿Cuál sería la manera más apropiada de determinar el orden de aparición de los nombres de los autores en un manuscrito?
¿Qué opina del procedimiento de lanzar una moneda al aire para establecer al azar el orden de prioridad de los nombres de los autores?
Si los alumnos de los dos grupos llevaron juntos el mismo curso, ¿se justifica que los miembros del grupo “A” figuren como autores del trabajo del grupo “B” y viceversa?
Más allá de la forma de atribuir autorías, ¿qué otros problemas relacionados con la publicación de trabajos científicos puede identificar en este caso?
¿Qué podría hacer la Universidad para evitar problemas relacionados con la atribución de autorías en los trabajos científicos?